jueves, 20 de julio de 2017

4. Recursos




Cómo sería contar este paralelismo, cómo lo haría si tuviese que escribirlo. Afortunadamente no soy escritora —se responde Piera. El escritor de la familia era Elio, con sus agudas editoriales socio-políticas publicadas en periódicos de varios países. Los había leído gracias a César, ella se consideraba un burra total en la materia. Según las ciudades en que se publicaban, creyó armar un itinerario de los breves anclajes del hermano en una fuga que lo alejaba cada vez más.

Él ya no está para indicarle la forma de expresar una idea y ella debe hacerlo a su estilo, a través de la pintura, continuando ese cuadro.

Lo comenzó la tarde anterior, para darle cauce a la inquietud que la quebranta y oscurece desde hace días. Preparó óleos, pinceles y colocó una tela en el caballete. Trazó un bosquejo e intentó descifrar la emoción confusa que se le escapaba. Esa noche durmió mal, soñó con imágenes de piedra, caras de aristas afiladas que se superponían y voces pedregosas que la llamaban.

Los colores y las líneas son sus palabras para traducir el desasosiego y el sueño. Tengo que seguir y ver hacia dónde me conducen —murmura— y expande sobre el lienzo una capa espesa de grises y ocres. Con la espátula le insinúa texturas y de a poco se revelan facciones en la gruesa montaña de escombros del fondo.

César y Bruno. No está Elio, en quien había vuelto a pensar últimamente. Sí, César y Bruno, son ellos que le hablan, cada uno desde el lado de su historia. César desde el pedestal de su propia importancia de abogado en ascenso, mientras que Bruno grita frases ásperas, dictadas por la inquina. Cuánto se parecen, no físicamente, sino en determinadas posiciones ante la vida: el dinero, el poder, el éxito por encima de cualquier otro aspecto.

Casarse con César tan joven le sirvió para irse de la familia, eso lo comprendió rápidamente. Fue mejor que quedarse en la casa paterna, con el viejo triste en que se había convertido su padre y con la Segunda, tan sosa y sin horizontes. Elio se había ido y a Bruno, el amargo, el despectivo, no lo pudo querer, lo consideraba el culpable de la partida de Elio.

Y fue César quien descubrió el motivo de la pelea y el destierro de su hermano mayor. Eran conjeturas que, analizándolas bien, encajaban. El razonamiento inteligente de César era preciso, solo que Piera no quiso aceptarlo, extrañaba a su hermano y no consiguió imaginarse a Bruno como una víctima.

Ya se había dado cuenta de que no amaba a César y después de la revelación la lejanía emocional fue creciendo. Su marido defendía a Bruno y ella no podía culpar a Elio. Destejió la trama buscándole puntos flojos, tironeó los hilos para que formaran otro diseño y, finalmente, sepultó la historia en la tumba de los enigmas.

También la trama marital comenzó a torcerse, César le recordaba demasiado a Bruno, un Bruno amable, pero igualmente aferrado a sus convicciones materiales.

En esa época escapaba y como había huido de la casa familiar, también se fue de esta otra, rica, de categoría, que le sobraba por todos los costados. Y se sintió como se debía sentir Elio, sin un lugar en el mundo, él resguardado detrás de sus palabras escritas, ella embadurnando lienzos para sacarse el frío que le salía de adentro.

Pasaron veinte años, Piera ha cambiado. Necesita depurar rencores, cerrar heridas y sabe que primero debe componer los pedazos rotos de su historia. La pintura  será un medio y si no es suficiente, recurrirá a las palabras. Un nuevo desafío.



Sinopsis
Piera (1970): rememora y reflexiona sobre momentos claves de su historia. Es maestra de arte y artista plástica.
Luciana (1932-1980): su madre, mujer de carácter fuerte, en la casa todo giraba alrededor de ella. Muere cuando Piera tiene diez años.
Renzo (1928-1996): su padre, al poco tiempo de enviudar se casa con la Segunda. Es profesor de italiano y de latín.
Elio (1952): el hermano mayor, le lleva dieciocho años, muy querido por ella. Es periodista. 
Bruno (1954): el otro hermano, con el que tiene una mala relación, lo considera culpable de que Elio tenga que abandonar para siempre la casa paterna. Piera desconoce el motivo de la pelea entre los ellos. Es agente financiero.
César (1963): abogado, Piera se casa con él a los veintiún años.


©  Mirella S.   — 2017 —






jueves, 13 de julio de 2017

3. Secreta mente




Con la partida de Elio, en la casa se instaló un clima aún más sombrío que el producido por la muerte de la madre.

Según Bruno, Piera a los dieciséis años tenía una ingenuidad rayana en la estupidez, incapaz de darse cuenta de nada. Se lo dijo cuando ella le preguntó el motivo de la pelea y la ausencia de Elio.

La respuesta de su padre fue fruncir el ceño y decirle que era muy chica para entender y se encerró en su cuarto.

La Segunda iba y venía de la cocina al comedor, como perdida, con una franela inútil entre las manos, que temblaban ostensiblemente. Se hace la nerviosa —pensó Piera—, estaba en el momento de la discusión, sabe qué pasó. No le hizo preguntas, no la consideraba de la familia, a pesar de que a los pocos meses de su llegada, el padre se casó con ella y consiguió la seguridad que nunca había tenido. Al viejo el matrimonio también le convino, era un cómodo y no quería ocuparse de nadie, recostado en su papel de viudo inconsolable.

En esa época Piera buscaba ampararse en el resentimiento y el desprecio para sentir que era alguien y estaba viva. Se fabricó una identidad ficticia que la ayudara a respirar. Había días que se asfixiaba, como si el aire de la casa estuviera contaminado. Entonces empezaron sus ataques de asma.

Una tarde en que Bruno le lanzó uno de sus dardos sarcásticos, algo le explotó por dentro. Sin poder contenerse, gritó:

¿Por qué no te vas de acá? Un boludo de treinta y dos años, lleno de plata que vive en la casa del viejo, sos un tacaño de mier…

Esperaba, casi deseaba, un cachetazo de su hermano para mantener activo el rencor, pero no pudo terminar de decir lo que tenía atragantado porque el acceso de tos fue intenso y la respiración tan sibilante que hasta Bruno se asustó.

Recuerda que estaban en la cocina, el amplio ventanal abierto al jardín de atrás. Se asomó para inhalar aire y le pareció que el limonero, su amado rincón de confidencias, inclinaba sus ramas para enviarle oxígeno.

A partir de esa escena, con Bruno se evitaron mutuamente. Cuando él llegaba de la oficina, Piera desaparecía, se llevaba unas frutas a su cuarto a modo de cena o se iba a estudiar a la casa de una compañera y se quedaba a dormir allí.

Bruno era como su nombre, oscuro, hosco, soberbio. Detrás de la fachada impenetrable, cada tanto le asomaba una veta violenta en los ojos, en los puños apretados, prontos a entrar en acción. De aspecto era más atractivo que Elio, más bajo y musculoso, trigueño, con un elegante perfil como repujado en bronce.

El único afecto y preocupación que demostraba era hacia el dinero. Le conoció una novia, Micaela, la única que trajo a la casa. Un día no vino más, debió quedar absorbida en los pliegues umbrosos de la vida de Bruno, tal vez guardada dentro de su maletín contenedor de transacciones bursátiles, ganancias abundantes y verdades que no revelaría ni siquiera para defenderse.

Las paredes de la casa custodiaron lo ocurrido entre sus hermanos, enrarecieron el aire, le provocaron el asma, que mermó en cuanto se fue para casarse con César.




   

Sinopsis
Piera (1970): rememora y reflexiona sobre momentos claves de su historia. Es maestra de arte y artista plástica.
Luciana (1932-1980): su madre, mujer de carácter fuerte, en la casa todo giraba alrededor de ella. Muere cuando Piera tiene diez años.
Renzo (1925-1996): su padre, al poco tiempo de enviudar se casa con la Segunda. Es profesor de italiano y de latín.
Elio (1952): el hermano mayor, le lleva dieciocho años, muy querido por ella. Es periodista. 
Bruno (1954): el otro hermano, con el que tiene una mala relación, lo considera culpable de que Elio tenga que abandonar para siempre la casa paterna. Piera desconoce el motivo de la pelea entre los ellos. Es agente financiero.
César (1963): abogado, Piera se casa con él a los veintiún años.


©  Mirella S.   — 2017 —





jueves, 6 de julio de 2017

2. Like a rolling stone



Clara, la astróloga a la que Piera consulta en cada cumpleaños para que le haga la carta de la Revolución Solar, le explica que en la de este año la posición de Plutón, nuestro Hades simbólico, el que revuelve las basuras subterráneas para sacarlas a la superficie, está ubicado en el área que muestra las relaciones con los hermanos. Es el momento de limpiar viejos rencores, sugiere.

Su hermano Elio era un acuariano casi de manual —diría Clara—, le llevaba 18 años y era el mayor. Bruno nació dos años después y, al cabo de 15 años, Piera cayó como peludo de regalo. Los hermanos no se pusieron celosos, ya se habían convertido en hombres y no iban a tener celos de una cosita feúcha y llorona, como dijeron que había sido ella.

Piera quería a Elio, un tipo carismático, de respuestas inmediatas y agudas. La sonrisa se le iniciaba primero en los ojos, en chispas risueñas. Ella recibía ese guiño cómplice como un gajo de cielo que asomaba entre las nubes aburridas de un mundo de adultos, para los que se sentía invisible.

Era hermoso Elio, tal vez sin serlo, aunque así lo veía ella. Estaba poco en la casa, debido a su trabajo de periodista. Cuando llegaba, Piera lo seguía por todos los cuartos para no perderse un minuto de su compañía, atesorando cada una de sus palabras, aún sin entenderlas. Por lo general eran discusiones políticas con Bruno, quien, mirándola torcido, le decía salí de acá, mocosa. Elio, para compensar la habitual brusquedad de Bruno, le revolvía los rulos y la acariciaba con la tibieza de su mirada.

Mientras vivió la madre, a pesar de su carácter imponente y crítico, hubo canciones y risas. El padre ejercía el rol de diplomático mediador, siempre neutral en los conflictos.

Sin embargo, con la aparición de la otra, la Segunda, así la llamaba Piera para sus adentros —la mujer contratada por su padre para que se ocupara de ella y de la casa—, el ambiente familiar se tornó mustio, gris. Tenía once años y la Segunda intentó congraciarse preparándole damascos en almíbar con mascarpone y escamas de chocolate, pero no lo logró. Nadie tuvo la culpa, hay vínculos que no se dan.

Elio viajaba mucho y en el ’77, con la dictadura militar, se fue del país y no pudo venir cuando murió la madre, en el ’80. Piera devoraba sus cartas, tan bien escritas, tan íntimas, igual a su sonrisa.

Regresó en cuanto la democracia se restableció nuevamente y estuvo en la fiestita de los quince de ella, un festejo desabrido porque la Segunda era pobre de ideas y el padre vivía en su mundo de tristezas. Elio la acompañó a comprar el vestido, que le pareció demasiado corto, pero él le dijo que debía lucir la belleza de sus piernas.

Es el último acontecimiento grato que recuerda; meses después sobrevino aquello que cambió la vida de todos. Su padre gritó por primera vez, Bruno le dio un tremendo puñetazo a su hermano y se convirtió en el hombre amargo y taciturno de hoy.

 Y Elio, el querido Elio, ahora exiliado por su propia familia, partió para no volver, errando de un país a otro, como una solitaria piedra rodante sin rumbo, sin raíces.





Continuará...


©  Mirella S.   — 2017 —