miércoles, 30 de septiembre de 2015

Fiebre

Dibujo de Florian Nicolle

La mujer, con andar vacilante, salió al balcón y apoyó la espalda contra la pared. Hacia el oeste la ciudad se extendía igual que un cementerio, nichos y más nichos apretujados en una aglomeración de panteones decadentes. La muerte antes de la muerte.

Hacia el este el horizonte estaba delineado por el río: un león de miel reposando bajo las nubes. Un alivio en la grisura del paisaje urbano.

La mujer se tocó la frente, la fiebre no había cedido. La brisa de esa primavera inconstante le produjo un escalofrío. No se movió. He llegado a la etapa en que todo me da lo mismo. Lo que no te mata te hace más fuerte.

Un avión cruzó el cielo como un pájaro apurado. Acababa de despegar de Aeroparque, dibujó un semicírculo y fue deglutido por el celaje.

Ella estiró un brazo y con los dedos arañó el aire. En su percepción creyó que recogía nubes. No es tan mala la fiebre, te ubica en una dimensión donde lo inverosímil es posible, que este balcón se suelte del edificio, cruce el río en dirección a nuevas tierras y alcance el país de Nunca Jamás; basta que gire en la segunda estrella a la derecha y vuele hasta el amanecer. O, mejor aún, consiga aterrizar en mi pueblo natal, a los pies de los Apeninos. Entonces estaré bien, me sacaré de encima la nostalgia de aquello que no viví. 

Se aferró al marco de la puerta. Era una girándula chisporroteante de luces, colores y, gracias a la fiebre, volaba lejos de la cama, grande y vacía, que la aguardaba del otro lado de la pared.




©  Mirella S.   — 2015 —

Dibujo de Florian Nicolle






miércoles, 16 de septiembre de 2015

Remembranzas




Soy el único que puede recordar, dijo mi padre y habló de la guerra. Muchos de sus soldados habían muerto, otros se habían convertido en máquinas rotas, de las que colgaron medallas inútiles que no compensaron la falta de alguno de sus miembros, como tampoco a aquellas mentes que quedaron atrapadas en los paisajes del espanto.

Él no me miraba, no estaba mirando hacia afuera, sus ojos parecían prisioneros de una escena temida e imposible de deconstruir. Ese fue un pensamiento mío, porque él, volviendo de algún campo de batalla personal, dijo: soy el único y lo estoy olvidando.

Sin embargo, desde los confines de su memoria, como ante el llamado insistente de un clarín, aparecieron sombras de pájaros en esa tarde de octubre. Las percibí como velos que opacaban la luminosidad de la ventana. Se esparcieron igual que una calina por el cuarto y buscaron rincones para establecer sus trincheras.

Esperaban. Esperaban que mi padre siguiese con su evocación, que pronunciara sus nombres, como lo había hecho en otras ocasiones… Ennio —su asistente, apodado Stecchino—, Rossi, Giacomo, Carlo, Paolo, Larocca…

Él se mantuvo en silencio, la cara cautiva entre las manos. Esperamos, pero la noche se filtró por la ventana y se tragó todas las sombras.



 ©  Mirella S.   — 2015 —

*Stecchino: escarbadientes, mondadientes.


"Va pensiero" de la ópera Nabucco de Giuseppe Verdi. Un tema que conmovía a mi padre.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Apuntes en hojas perdidas (VIII)




Lágrimas de palabras

Lo mío era escribir relatos, hasta que un día se agotó la tinta de la lapicera. Compré otras de buenas marcas, no obstante, las letras seguían invisibles. Tiré hojas, lápices, bolígrafos y lo único que supe hacer fue llorar palabras.

Cada lágrima estaba hecha de un agua marina que no podía conjugar ciertos verbos ni adjetivar emociones. Mis ojos supuraban lagrimones atlánticos y se derramaban por mis mejillas con sus relatos intranscribibles, en un código que no logré descifrar en ese tiempo.

Luego vino una época en que los cuentos se urdían solos, repentinamente, como si hubiese una mano que trenzara la trama por mí, siguiendo indicaciones de una voz que las dictaba.

Con mi manía perfeccionista objetaba a la mano y a la voz, pero —para bien o para mal— finalmente permitía que hicieran su tarea en libertad.

Viví cada una de las narraciones como si fuesen mías. Eran parte de mi otra historia, la íntima y secreta que nadie conoce. Sentí que mi vaso, casi siempre medio vacío, se iba colmando de un vino dulce, burbujeante.

Lo bueno tiene fecha de caducidad. En algún momento surge un escollo que entorpece las palabras, quiebra el ritmo. Estoy anclada en esa piedra, como un pez que agoniza, con las escamas chamuscadas por el sol. Todavía alguna ola compasiva le moja la boca y le ofrece unos minutos más.

El pececillo se ha entregado, entrecierra los ojos, sueña con los compañeros del cardumen, con los corales y las anémonas del mar caverna que lo cobijaba y lo ha relegado.


Yo, añoro mis historias perdidas.



©  Mirella S.   — 2015 —   

Arte digital de Amandine Van Ray
                                                                            


jueves, 3 de septiembre de 2015

Soliloquio (II)




Sé que te estoy defraudando con mi resolución. Vos hubieras querido que siguiese los pasos del protocolo, sin saltearme ninguno. Que me someta al sueño irreal de la anestesia, perderme en el bosque de sus abedules cinerarios, quedar atontada por los graznidos sin plumas que se escuchan a lo lejos, mientras el bisturí cercena nuestra femineidad.
Conocemos el procedimiento, lo vivimos hace diez años, con la garganta angostada y la palpitación vertiginosa. Entonces fui dócil, bajé cada uno de los peldaños del dolor, los labios mudos y en soledad, como está escrito para nosotras. Vos me empujabas porque era lo que debía hacer.
Ahora soy la que determina. Me siento impermeable a tus razonamientos lógicos; reconozco que gracias a ellos pude organizarme en este mundo hostil en el que me considero una alienígena.
Hubieras querido que enfrentara las facciones arquetípicas de la muerte, que para mí es apenas una cárcava de sombras que te traga de un solo bocado o —de pura hija de puta— te mastica lentamente.
También hubieras esperado que al mirarla le hiciese una verónica y de mi garganta reseca surgiera un olé victorioso. Pensás que es un acto de cobardía, en cambio te digo que es de liberación. Es una de las pocas decisiones que tomé sin tener en cuenta a nadie, únicamente mis anhelos profundos. Quebrar las reglas y dirigir la barca tambaleante de mi vida según mis designios.
Siempre fuiste la que salió a pelear la vida, cuando yo trepaba por mundos inexistentes, inventados. Soy ese flanco nuestro con el que no estás de acuerdo, y que —muy a tu pesar— también es tuyo. Habitualmente no nos gustamos, somos los opuestos que aún no aprendieron a complementarse.
Ganaste muchas batallas, no me tuviste en cuenta, trataste de avasallarme, pero siempre estuve ahí, abrazada a tu espalda. Ya no hay vencedores ni vencidos, solo queda unirnos en el derecho de elegir otras opciones y sostener la vida con nuestras manos.



©  Mirella S.   — 2015 —                                                                                      Arte digital de Lyse Marion