Descubrió en su madre la faceta discriminadora el día
de su comunión, un 8 de diciembre cálido, tan poco propicio para los guantes
blancos, el velo y la falda hasta los tobillos. El comentario que hizo la madre
después de la ceremonia religiosa, le provocó ira y congoja en un día en el que
debía prevalecer la serenidad, el gozo. Y como Piera solía hacer en esa época,
se adjudicó la culpa, tanto por su enojo como por las palabras de su madre. Acababa
de recibir a Jesús y se sintió una pecadora.
Al despertar lo primero que vio fue el vestido sobre
una silla, deslumbrante en su blancura, esperándola. No le gustaba, demasiadas alforzas, cintas de raso, la vaporosidad del organdí.
Antes tuvo que ponerse una enagua larga de tafeta. Su
sensación era la de estar cautiva en una cárcel inmaculada, suave, que, sin
embargo, la mantenía prisionera en lo que más detestaba: las apariencias, justo
ella, que era la niña invisible. Hubiese preferido el vestidito rosa de
algodón, destinado para las grandes ocasiones que nunca iban a llegar, la
familia vivía en el nuevo país como en un destierro.
Los catequistas congregaron a todos en el patio del
colegio contiguo a la iglesia. Allí estaban las demás compañeras vestidas como
novias, en un festín de tules, organzas y gestos de protagonistas de un desfile
de modas. En un costado se amontonaban los varones, rígidos en sus trajes
oscuros y con el moño blanco en el brazo.
Los formaron por estatura y de a dos. A Piera le tocó
Yael de pareja, el único chico negro del grupo y del barrio. Entraron por la
nave central de la iglesia y se fueron desplegando, como alas blancas y azules
a medida que ocupaban los bancos: las nenas en los de la izquierda, los varones
en los de la derecha.
Padres y parientes se aglomeraban en las naves
laterales y hacían gestos discretos para ser identificados; distinguió a Elio, el hermano mayor, por lo alto, y adelante a su madre. Del cuarzo celeste de los ojos de ella parecía brotarle una sombra, como si
fuese humo. Se preguntó si se habría ensuciado el vestido o si tendría el velo mal puesto.
Después de recibir a Jesús (no era ni
Cristo ni Dios, era Jesús, el buen pastor, el que decía dejad que los niños vengan a mí) y terminada la misa, volvieron a
salir en fila, Piera junto a Yael, en una coreografía perfectamente
sincronizada.
Su madre apenas la rozó con un beso y le dijo, como
si mordiera cada palabra, justo al
negrito te fueron a poner de compañero, qué mala suerte. El padre, como si
no estuviera allí, permaneció en silencio.
Durante el almuerzo sintió que la alegría del
festejo se había escondido debajo del mantel, avergonzada. Los invitados, escasos
y todos mayores, hablaban de otros tiempos, otros lugares. La penitencia que se
impuso fue no probar ni una migaja de su postre favorito, ir a la cocina, y
mientras los adultos tomaban café, lavó la vajilla. Desde el comedor venían risas
y la voz de la madre recordando la entrada a la iglesia. Decía que nunca había
visto en el barrio a un negro africano, la mayoría eran morochitos con cara de
indios y venían del interior. Lo último que oyó de su madre fue lo mal que se habrá sentido Pierina.
Salió al patio y barrió con furia las baldosas
impecables. Mientras lo hacía, pensó en Nidia, la hermana mayor de Yael, que debía tener unos
veinte años y era catequista. Yael exhibía la fragilidad de alguien con huesos
de vidrio, apenas cubiertos por la magritud de una piel que parecía hecha de
hollín. Desprendía algo irreal, como si fuera más espíritu que materia. En
cambio Nidia ostentaba una gordura maciza, que la asemejaba a una elefanta
preñada.
Piera estaba en el grupo del padre Hans y le costaba
entender su castellano germanizado. Cuando el cura le aconsejó que repasara con
Nidia los puntos del Catecismo que no entendía, ella se asustó. De inmediato
descubrió que el cuerpo enorme y oscuro albergaba una paloma. Cada vez que se
despedían la abrazaba con delicadeza contra su panza y le decía: viste, no es tan difícil. Piera sentía
que Jesús le hablaba por la boca de Nidia.
Guardó la escoba; por la puerta abierta vio a la
madrina y a otro invitado poner unos billetes en la bolsita de organdí que
hacía juego con el vestido y colgaba de una silla.
Se fue hacia el jardín del fondo a charlar con Jesús, en ese entonces era su costumbre. Con el paso de los años el dogma religioso se
volvió un cuento de hadas y la iglesia otra de las formas del poder. Jesús no
se alejó por completo, se quedó sin su parte divina, solo como un hombre que quiso
cambiar algo en el mundo mediante el amor y había muerto por sus convicciones.
Esa tarde del 8 de diciembre Piera se acurrucó bajo el
limonero, lugar de sus confidencias, le pidió perdón por la ira de ella, la
soberbia de su madre y sonrió al recordar que cuando vio que sería la compañera
de Yael, lo había tomado de la mano y así, unidos, habían entrado a la iglesia.
©
Mirella S. — 2015 —
Precioso relato, que describe algo muy triste... Pobre Piera...
ResponderEliminarMuchos besos
Gracias, Misterio, por dejar tu impresión. Es algo muy real y más común de lo que se cree.
EliminarBesos y bienvenida.
LO MEJOR ES QUE ELLA SE SIENTE FELIZ. GRAN RELATO.
ResponderEliminarABRAZOS
Sobre todo por no tener la misma opinión de la madre y entender la igualdad de pieles y razas.
EliminarGracias, Adolfo, con un abrazo.
Qué bella historia Mire, me creerás que me identifiqué con la madre; no yo con la madre, la madre con mi madre, jajaja. No sé cuántas veces me he sentido tan mal al ver y atestiguar el comportamiento altanero y majadero de mi madre. Pero bueno, todos tenemos nuestros defectos.
ResponderEliminarPasando a otra cosa, al principio en "el comentario que hizo la madre", pienso que tendría más fuerza si dijera "su madre".
Abrazote y beeeeso.
Bueno, Gildo, es un relato autobiográfico y esa escena me pasó el día de mi primera comunión. Así que nuestras madres tienen un punto en común.
EliminarAlegrémonos de no haber heredado esa actitud.
Gracias por la sugerencia, tenés razón y ya la corregí.
Beeeeeesos (siempre me vieron como la oveja "negra" de la familia... qué ironía ¿no?)
Pues qué querías, con esas amistades =D
EliminarEs bueno saber eso del relato. Gracias.
Abrazo.
Y soy más blanca que la leche... jajaja...
EliminarGracias, Gildo.
Los he visto como si estuviera allí.
ResponderEliminarEres genial.
Cada post tuyo es un premio.
Gracias.
Besos.
Es un gusto tener un lector como vos, Xavi, siempre te vas muy entusiasmado.
EliminarMe alegro mucho y gracias.
Besos.
la diferencia entre los adultos y los niños es maravillosa, lo malo es que nos empeñamos en educarlos a nuestra imagen y semejanza. Un relato estupendo. Abrazos
ResponderEliminarEs así, Ester, los adultos nos empeñamos tanto en querer educarlos, muchas veces al revés.
EliminarUn gusto que te fueras contenta.
Abrazote.
Triste y para muchos niños, estas cosas les pueden marcar de por vida. Los padres y las madres, creen estar siempre en posesión de la verdad respecto a los hijos, y muchas veces no es así. Se da uno cuanta de ciertas cosas, cuando envejece, y cuando esos hijos son padres. Genial como siempre Mirella, y espero que todo te marche, bien, por aquello que comentabas, del problemilla.
ResponderEliminarAbrazos y besos.
Este relato es muy personal, hablo de mi madre. En un punto, también traté de entenderla, ya falleció. De jovencita tuvo que sufrir la guerra, venir de Italia y encontrarse con un mundo tan diferente...
EliminarCon mi salud estoy a la espera de los resultados de los estudios, que van a tardar todavía algunas semanas. Me siento muy cansada y sin energía.
Gracias por todo, Rafa, sos un amor de persona.
discriminación hubo, hay y habrá mientras los humanos piensen que hay humanos de primer segundo o tercer orden
ResponderEliminarla naturaleza humana sea la época que sea siempre toca fondo en la misma tecla
abrazos y energías Mirella
Gracias, Elisa, parece que los humanos en las relaciones siempre estamos atrasados.
EliminarUn beso grande.
La discriminación siempre esta presente o por el color, o la nacionalidad o cualquier otra majadería, pero siempre está en los mayores, los que tendrían que dar el ejemplo.
ResponderEliminarBello relato Mirella, es la vida y son las sensaciones que sentimos los siendo pequeños y quedan en nuestra memoria.
mariarosa
Tenemos tecnología de avanzada, pero en cosas básicas nos alejamos mucho de ser "humanos".
EliminarGracias y me alegro que te gustara.
Besos.
Muy bonito y emocionante, Mirella. Besicos.
ResponderEliminarGracias, Angelines, es un gusto que te vayas contenta y emocionada.
EliminarUn abrazo.
Que bonito Mirella !!!
ResponderEliminarEs una de las historias mas bonitas que he leido, que bien narrada ...
Me encanta leerte!!
Besos
Muchas gracias, Nieves, me da gusto que así sea.
EliminarBesos, guapa.
Es que a nuestros padres los educaron de tal forma que reaccionen muy diferente de ahora mil años despues cuando el mundo en el que vivimos nos hizo diferentes.
ResponderEliminarBesos
Si, Chaly, hemos avanzado, pero todavía hay mucha discriminación por todo el mundo.
EliminarGracias y besos.
Por ahí en un comentario decís que el relato es autobiográfico, un poco convencional en cuanto a prejuicios, contraste muy marcado, pero satisfactorio saber que fuiste la oveja negra de la familia...la oveja de hollín!!
ResponderEliminarEspero que te repongas rápido, te mando un gran abrazo, MIR!!
No sé qué quisiste decir con convencional, ocurre que en la discriminación no hay medias tintas. Lo conté según lo que recuerdo que ocurrió.
EliminarUn abrazo, Edu y gracias por interesarte por mi salud.
Te mandaste un relato bien directo y con un mensaje claro. Una historia que transmite tristesa y ternura. Me gustó mucho.
ResponderEliminarSaludos.
Ocurre que con este tema no podés ir más que por el camino directo, por lo menos lo siento así. El de la raza, la religión o condición sexual, son los más evidentes, pero estamos tan llenos de discriminaciones en niveles muy sutiles, somos tan críticos, poco compasivos.
EliminarUn gusto tu presencia, Raúl, gracias.
Saludos.
Una hermosa historia Mirella, desde lo literario. Siempre existirá la discriminación, aunque a veces no sea por el color de la piel, se manifiesta en diferentes grados; “nivel social”, extranjeros (este lo conozco muy bien), laboral, etc.
ResponderEliminarMe gustó la descripción de la ropa, podía imaginarla tal cual. Y me gusta el final, sí, eres buena con los detalles.
Hoy no da para bromas, así que me marcho seriecita!
Ah, casualmente nací el 8 de diciembre (Acá diría alguna “pavadita”, pero debo respetar a la Virgen porque sino no me trae un novio jaja)
Besos
El de extranjera también lo viví, pero no sé si fue tanto de afuera, más bien era una sensación mía de no encajar.
EliminarNo te reprimas, me gusta tu humor o tus "divagues"... jajaja... son tu marca personal.
Sos sagitariana, ahora entiendo tu chispa.
Mil gracias, linda y contenta de te hayan gustado los detalles y el final.
Un gran abrazo.
Maravilloso, un bello relato. Eres estupenda narradora -ya te lo he dicho- y digo con Viv, eres narradora de detalles, de esos pequeños rasgos o matices que son lo que hacen mas grande y personal el relato. ( bueno, no está bien explicado lo que quiero decir, pero sé que me entiendes)
ResponderEliminarAutobiográfico...que bueno. Me pasó algo parecido con el vestido de ese gran día, ya te contaré con tiempo... Un abrazo con solqueabrasa.
No me gusta perderme en grandes descripciones, prefiero las pequeñas pinceladas que ubican al lector en las situaciones lo suficiente como para imaginarlas.
EliminarClaro que te entendí, Soco y agradezco tu comentario y cuando quieras contame tu anécdota con el vestido, será muy bien recibida.
Otro abrazo, con cielo nublado y humedad del 92 %.
Qué maravilla de relato! Sin embargo los imaginé tan bellos entrando en la iglesia enfundados de blanco...tal vez porque nunca usé los lentes de la discriminación, ni siquiera la concibo...Que pena, para el personaje de tu relato, que el racismo germinara en su propia casa....Adoro tus historias y tu manera de contar. Forte abbraccio Mirella!
ResponderEliminarTristemente en muchos casos son cuestiones culturales, venir de otro continente, no haber visto nunca a nadie que no sea blanco... en cambio en la niñez todo se vive de un modo más puro y natural.
EliminarMe da alegría que lo disfrutaras, Patzy. Abbraccio e bacio.
buena semana Mirella
ResponderEliminarabrazos gorditos :D
Mil gracias, Elisa, igual para vos.
EliminarAbrazote.
Lástima que los prejuicios de los mayores se transmitan a algunos niños. Por suerte, tú ya eras de niña una gran mujer.
ResponderEliminarMe encantó esa mezcla de rabia y de ternura, de incomprehensión hacia ese mundo hostil de hipocresías, adulto.
Besos, mi Bella Dama.
Y cuídate mucho, lo mío va para largo...
Muy visual esa entrada en la iglesia, casi parecía que lo estaba disfrutando desde los bancos, bueno, que puedo decir, yo que soy café con leche.
ResponderEliminarVoy a echar mucho de menos a mi corrector de Word particular. Que todo marche bien, Mirella. Besitos de coco pa' tí, a la espera de noticias que seguro serán buenas. Abrazos en bandada.
La inocencia de los niños debe estar libre de cualquier adulto
ResponderEliminarGracias, Oscar, por haber leído este relato viejo, le tengo cariño y supongo que como docente intentarás educar hacia la no discriminición.
EliminarUn abrazo.
Hola Mirella. Por fin llegue hasta el angelito de hollín....y he disfrutado muchísimo. Me encanta leerte :) Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias, Eric. Este fue un episodio suelto que escribí sobre la vida de Piera, cuya historia desarrollé tres años más tarde.
EliminarUn gran abrazo.